Tareck el Aissami y una sociedad de yoístas, putas y zombis
Tareck el Aissami y una sociedad de yoístas, putas y zombis
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Tareck el Aissami y una sociedad de yoístas, putas y zombis

Lizandro Samuel
2015-03-05 19:43:52
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Todos somos responsables de casos como los de Tareck el Aissami y el Aragua F.c

Ese “hay que echá palante” como único discurso modelador de la clases emergentes, ha sido, en buena medida, responsable de nuestro fracaso como sociedad. La “prosperidad” sin vocación, sin solidaridad, sin desarrollo de vida interior, sin deseo de contribuir con el progreso de la sociedad, sin ética, sin escrúpulos… han contribuido a que eso de “echar palante” encuentre cómodas interpretaciones que van desde la tecnocracia indolente hasta la descarada corrupción.

El párrafo anterior corresponde a una nota del escritor venezolano Héctor Torres, publicada en Prodavinci. El titulo de la misma es “¿Y eso da?”

“Qué jodido ser entrenador en este país”, fue lo primero que pensé cuando el gobernador del Estado Aragua, Tareck el Aissami, fue anunciado por el equipo de prensa del Aragua F.c como “refuerzo” de cara al Torneo Clausura. Es decir, en que incómoda posición queda el DT del Aragua, Manuel Plasencia, ante un abuso de poder como el que realizó la directiva del equipo. Sí, porque hay que decir que la expresión “directiva” en Venezuela se refiere a la persona encargada de pagarles los salarios a los jugadores, y en el caso del Aragua ese es El Aissami.

En un fútbol decente, la reacción más adecuada del entrenador sería renunciar. En un fútbol decente, este hecho significaría un grotesco despropósito castigado por la mayoría de los sectores de opinión pública, debido a que que no rayaría lo cotidiano. Lamentablemente, en Venezuela, cosas de este tipo son el pináculo de una serie de situaciones que solo enaltecen nuestra mediocridad como país fútbol.

Entonces, ¿se debía esperar que Manuel Plasencia renunciara? No, es un tipo que tiene que trabajar para comer, y si bien no le faltarán ofertas de trabajo, resultaría ingenuo de su parte creer que conseguirá un circo diferente en cualquier otro equipo del país.

¿Y los jugadores deberían haber protestado? Por supuesto, pero la única forma de hacerlo, sin que lo mismo signifique desechar cualquier posibilidad de seguir ejerciendo su profesión, es mediante el apoyo de todo el gremio de futbolistas del país; es decir, ayudándose en un intento muy verde aún de “organización” que pretende velar y agrupar los intereses de todos los futbolistas profesionales. Un intento de organización que no pudo mantenerse firme ante la FVF en el caso de la jornada siete del Torneo Clausura 2014, y en la que, conviene recalcar, se pretende unificar a futbolistas que, de uno u otro modo, son hijos viciados de este sistema y de esta sociedad.

¿Qué quiero decir?

Desde diferentes sectores de la psicología nacional se ha expuesto la dificultad del venezolano para trabajar en equipo. Es algo cultural, intrínseco a nuestra formación educativa. El de al lado nunca resultará tan importante como uno mismo. Y el “éxito” propio es una meta que se debe alcanzar sin importar cómo se afecta a los demás o, peor aún, si se les pasa por encima.

Ayudar a los jugadores venezolanos a comprometerse con el proceso grupal es una tarea ardua. Con frecuencia consideran que el equipo es importante, pero luego les cuesta evaluar el impacto de sus actitudes hacia el proceso de equipo. A la mayoría de los jugadores les cuesta visualizar que su desarrollo personal está intrínsecamente ligado al proceso grupal. Que si ellos destacan pero el equipo no es exitoso, no va a venir nadie a verlos ni a contratarlos para irse a la selección nacional o a otro país. Cuando se les pregunta ¿cuánto estás dispuesto a sacrificar por tu equipo? Contestan que “¡Todo!” Pero cuando les preguntas: “¿estarías dispuesto a sacrificar parte de tu sueldo para contratar a alguien más?”, ya la cosa comienza a cambiar. Les parece insólito sacrificar algún logro personal en aras del equipo. “¿Estarías dispuesto a sacrificar algo de tus minutos en cancha? ¿Estarías dispuesto a sacrificar horas libres? ¿Comodidades?” A la hora de sacrificar por el compañero, a la mayoría le comienza a parecer injusto tener que ceder sus privilegios para fortalecer al otro. Considerar aceptar un recorte de salario para facilitar la contratación de alguien que puede contribuir con el equipo es sentir que le están haciendo trampa o tratando de robar. Piensan que eso es ser un tonto y, en una sociedad que exalta la viveza, nada peor que ser considerado un tonto.

Manuel Llorens escribió eso en Terapia para el emperador; sin embargo, más que hablar del futbolista venezolano, bien podría estarlo haciendo sobre el venezolano en general. O, para solo tocar los que nos concierne, el venezolano que hace vida en nuestro fútbol.

¿Cuántos “ayudantes de prensa” hay que trabajan sin cobrar o cobrando una miseria mientras se les exige un ridículo compromiso hacia la institución? ¿Cuántos entrenadores hay trabajando en el fútbol base que cobran un salario exageradamente escueto? Todo esto en medio de dirigentes para los que el fútbol es un pasatiempo: despilfarran sus inmensas cantidades de dinero en salarios astronómicos para los jugadores mejor cotizados, y construyen del fútbol venezolano su juego de PlayStation personal. Son incapaces de educarse, rodearse de gente preparada y realizar inversiones a largo plazo; ¿para qué?, si lo que les interesa es divertirse, acrecentar el ego, hacer un ejercicio diario de poder sin importar con que falsas promesas deban engañar a los de al lado, o cómo estén perjudicando al entorno. Su concepto de “éxito” responde a la plata y al poder. Y lo peor es que en una sociedad de yoístas ellos resultan ser el ejemplo a seguir.

De este modo, sucede algo muy curioso con los trabajadores en ciernes: se transforman en putas o zombis.

Las posibilidades de progresar sanamente de un joven que está arrancando una carrera como periodista, entrenador o gerente, se sienten limitadas ante el abuso de poder de los que están más arriba en la cadena alimenticia. Al ser yoístas por excelencia, estos amos supremos de la atención popular, velan exclusivamente por intereses propios y de su séquito mientras agravan el entorno y soslayan cualquier consideración ética. Por consecuencia, serán muchos los sueños pueriles que acaben sucumbiendo ante una realidad viciada. Además, si el talento se mejora al codearlo con más talento, resultará difícil producirlo y potenciarlo entre una pululación constante de mediocridad.

Así nacen los zombis: resignados a un paisaje gris, deciden encontrar un espacio en el que cobrando los quince y último puedan llevar pan a su casa. Ya no les importará la corrupción y los despropósitos que los rodean, solo deben limitarse a un escueto cumplimiento de normas que los hagan sobrevivir. No hay búsqueda de la excelencia, evolución ni ocupación ante los problemas que aquejan al medio. Solo ir, cumplir y cobrar.

Otros, sin embargo, resultan tan ambiciosos en eso de echá pa’lante (Ir al primer párrafo), que encuentran en la prostitución la herramienta más eficaz para conseguir lo que ellos entienden como “éxito”; lo cual, a la larga, no es más que una preocupante búsqueda de fama y dinero, que tritura cualquier pretensión de hacer algún buen trabajo. Eso en algunos casos, en otros las ambiciones iniciales se subyugan ante la precariedad del ecosistema, y para poder comer deben negociar metas personales, ideas de lo qué es un buen trabajo, e incluso eso que la sociedad llama sueños. En ambos casos el resultado es el mismo: se cobijan bajo los que tienen el poder, entran a su séquito y se amoldan a sus exigencias. Son los referentes del mañana.

Cierto aforismo reza que cada líder es un reflejo de sus liderados. Escribió el entrenador español Javier Lavandeira que “un entrenador es lo que sus futbolistas quieren que sea”. Esto podría aplicarse en cada rol profesional que se enmarque dentro de la figura de un jefe o líder. ¿Cómo esperar tener dirigentes diferentes en un fútbol en el que la mayoría de los trabajadores son putas y zombies? ¿Entre tantos yoístas quién se encarga de barrer?, ¿quién se atreve a ir en contra de la corriente aun sabiendo que esto le podría resultar perjudicial? ¿Quién se arriesga?

En un paisaje así, raro sería que no se produzcan casos como los de Tareck el Aissami. Y de hecho, se producen muchos a diario, solo que menos mediáticos o, mejor dicho, tapados por un importante sector de la prensa lleno de putas y zombis.

Nuestro “hay que echar pa´lante”, nuestra valoración del individuo y de su rol en la sociedad a partir de los objetos que ostenta, abrió la puerta a un apetito por el dinero como fin en sí mismo, como instrumento de ascenso social, sin que eso repercutiese en una mejor ciudadanía o, peor aún, sin que eso tuviese como objetivo el destinar mayores recursos a una mejor comprensión del mundo. Lo cual ya era malo. Pero el dinero como tapadera para hacerse de un “status” de respetabilidad para seguir robando, por la pura avaricia, corromper hasta el sentido de las palabras, es uno de los mayores signos de decadencia que puede vivir una sociedad.

Lleva ese tipo de gente al poder y sabrás qué sociedad produces. O, también: ve qué sociedad has estado produciendo y entenderás qué tipo de personas llevaste al poder. (Héctor Torres en “¿Y eso da?”)

Ninguno de nosotros podemos escoger de forma directa quiénes seguirán gobernado este fútbol, pero sí podemos entender que si solo trabajamos pensando en nosotros mismos y, por consecuencia, decidimos ser una puta o un zombi más del sistema, siempre tendremos a nuestro Rafael Esquivel y Tareck el Aissami de turno.

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