La Vinotinto como una flor de loto
La Vinotinto como una flor de loto
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La Vinotinto como una flor de loto

Lizandro Samuel
2014-03-27 16:03:26
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Venezuela clasificó a las semifinales del mundial tras vencer 3-2 a canadá

La flor de loto surge del fondo de las aguas o bien de los más espesos pantanos; representa pureza. Una atractiva flor surgiendo en solitario, en un entorno a simple vista anímicamente disímil al que representa sus hermosos pétalos.

Eso es la selección femenina sub 17: una flor de loto que surge como motivo de sonrisas mientras la bandera tricolor es flagelada por una profunda crisis social; una flor de loto que embriaga de alegría al fútbol femenino venezolano, el cual se caracteriza por una constante indiferencia proveniente de entes federativos; una flor de loto que aunque sea una –escasa, como las alegrías en nuestro país y nuestro fútbol– disfruta de su belleza mientras afianza sus profundas raíces en el corazón de los venezolanos.

Durante todo el torneo, cuando han entonado el himno venezolano y las chicas se disponen a encorar –con la mano en el corazón– las estrofas que las representan, una cámara –como es costumbre en los partidos de fútbol– se posiciona frente al rostro de cada una de las jugadoras, rotándose paulatinamente y descubriendo sonrisas; gesto extraño, por demás, en un deporte acostumbrado al seño fruncido y las intensas miradas de concentración.

Es que estas niñas gozan. Así de simple: gozan haciendo lo que aman. Zambrano falla un gol y se ríe. Lo marca y todas ríen. Sudan amor por el fútbol, pavonean madurez futbolística. Parecen disfrutar todo con una intensidad que pretende enseñarnos a vivir.

Y no sufren, ¿para qué?, si, como dijo Carlos Rexach (Ex jugador y ex entrenador del F.c Barcelona), “Para jugar al fútbol no se debe sufrir. Lo que se hace sufriendo no puede salir bien”.

Es extraño. Ya hemos visto flores de loto en nuestro fútbol, pero la mayoría cerrada: por ejemplo, la selección sub 20 mundialista estuvo muy cerca de quedar eliminada en el sudamericano de la categoría en la ronda previa al hexagonal final; un penalti tapado por Rafa Romo en el minuto noventa lo evitó. Otro ejemplo es la selección de César Farías en la Copa América 2011, la cual llegó a semifinales dándole las gracias a la falta de tino chileno. Esta flor de loto, la Vinotinto sub 17, no muestra futbolistas haciendo arengas espartanas, sino niñas jugando y bailando La Macarena tras el primer gol de, otra vez, Deyna Castellanos.

Pero no sufrir no significa que no habrá esfuerzo, de eso se necesita mucho para llegar a las semifinales de un Mundial. Las canadienses, con la seriedad típica de su frío país, paralizaban los corazones venezolanos con recurrentes llegadas a su área en el primer tiempo. La cancha fue, en los primeros cuarenta y cinco minutos, una autopista de dos direcciones; el marcador lo reflejó: 2-2. Deyna bailó La Macarena, Canadá marcó dos veces y justo cuando se olfateaba la interrogante de cómo reaccionaría la Vinotinto tras ir, por primera vez en el torneo, perdiendo en el marcador, Zambrano (De muy buen partido), hizo estallar su propia sonrisa y la de todas sus compañeras.

En el segundo tiempo, el ajedrecista Kenneth Zseremeta –quien mueve las piezas de su defensa a su antojo en función a los requerimientos del partido– juega a sus anchas: su reina, Deyna Castellanos, alterna posición de forma definitiva con su espigado, incisivo y punzante alfil: Gabriela García. “La muda”, como la llamó Daniel Prat en alguna nota, daría el, hasta ahora, discurso más emocionante de toda su vida al enarbolar sus habilidades en espacio reducido hasta la culminación de un gol digno de lo que es ella, una crack.

Ni fogonazos de asedio canadiense agitarían el temple vinotinto. Las chicas excretaban seguridad por sus poros. Los ojos de las canadienses se tornaban cada vez más acuosos con el paso de los minutos. Niñas llorando, futbolistas lamentándose, caras dolidas de quienes mucho han dado y sienten que poco han recibido; todo se profundizaría al oficializarse su derrota. Dentro de la euforia venezolano, es fácil encontrar empatía al ver el rostro de las perdedoras; resulta, además, extraño: son pocas, muy pocas las veces en las que la imagen de dolor no tiene tintes vinotinto.

Entre las sonrisas de las vencedoras y el llanto de las vencidas, las manos se funden en un acto de deportividad. En la grada, los familiares y amigos de las vinotintos las aúpan con más fuerza aún cuando estas se acercan a dar brinquitos de alegría. La flor de loto ha terminado de emerger del pantano, lo hizo con trabajo, esfuerzo, cordura y mucho disfrute. Gozando la vida, gozando el fútbol. El destino es tan incierto como el bote de un balón. El presente sí deja una seguridad: a la obra de Kenneth Zseremeta el tiempo le dará su lugar, ahí, al lado de los más gratos recuerdos de la historia venezolana.

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