La era Saragó
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La era Saragó

Juan Sanoja
2015-12-07 14:47:05
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Evolución futbolística del Caracas FC desde mayo de 2013 hasta noviembre de 2015

A Eduardo Saragó, en el fondo, le molesta el fútbol. No es que no ame su profesión: el joven entrenador podría pasar días hablando de los movimientos que realiza su equipo con o sin balón, de las claves para liderar a un grupo de jugadores o de las características del lateral zurdo suplente de un equipo de Segunda División. El tema está en que, de alguna u otra forma, al caraqueño le incomoda que este deporte sea tan imperfecto. El estratega concibe el juego como una ciencia, pero lamenta que sea inexacta. Es por ello que sacrifica horas de sueño para tratar de reducir al máximo la incertidumbre propia de esta dinámica de lo impensado.

En su empeño por controlar el futuro, para Eduardo es vital examinar minuciosamente al rival. Estudiar cada movimiento, inspeccionar cada grieta. Ya en su etapa como entrenador en ligas colegiales, Saragó se preocupaba por observar al equipo que se iba a enfrentar el fin de semana siguiente. Espiaba, anotaba y luego concluía: ‘vamos a defender a esta altura, buscaremos hacer daño por esta banda y procuraremos no perderla en esta zona’. El ejercicio, que era novedoso en aquel contexto estudiantil, le permitió curtirse antes de llegar al fútbol profesional. Años después, en la máxima categoría, la práctica le ayudaría a ganarse la confianza de grupos que contaban con jugadores mayores que él.

El técnico capitalino cuida cada detalle, y el futbolista lo agradece. Esa manía por calcularlo todo ha resultado ser una herramienta significativa a la hora de encauzar vestuarios, pero no la más importante. El verdadero secreto ha residido en construir una Guardia Pretoriana en cada club en el que ha estado: una de las primeras cosas que hace Eduardo Saragó al llegar a una institución es fichar a un puñado de jugadores de su plena confianza, tipos con una calidad humana notable que serán capaces de ayudarlo con los de menos experiencia en la plantilla para que su idea y su método de trabajo sean asimilados lo más rápido posible.

Al ser nombrado entrenador del Caracas Fútbol Club, la rutina no varió. Ante las salidas de Rohel Briceño, Édgar Jiménez, Taca Machado, James Cabezas, Chiki Meza, Ángelo Peña, Alexis Hinestroza, Rino Lucas, Juan Guerra y Amaral Da Silva, el equipo se reforzó, entre otros, con Rafael Lobo, Pomponio Morales, Ricardo Andreutti, Roberto Tucker, Javier Guarino y Roberto Armúa. Los tres primeros constituirían el escuadrón que garantizaría la solidez corporativa del proceso, mientras que los rioplatenses destacarían en el primer once de gala de Saragó, el del Apertura 2013. En palabras de Eduardo, los refuerzos llegaron por su capacidad intelectual, su nivel de trabajo y su aptitud para ayudar a los demás a entender la nueva forma de entrenar y jugar. Basta con repasar las declaraciones de Rubert Quijada –“Rafael Lobo me ha ayudado muchísimo”– para comprender la política de fichajes, condicionada también por  la disminución en el poder adquisitivo del club.

Habituado a implementar mind games para conducir a sus dirigidos y para crear matrices de opinión, Eduardo Saragó se encargó, con argumentos sólidos y tangibles, de quitarle a su equipo el cartel de favorito. Que no tenía la plantilla de los Táchiras y Mineros era una obviedad, pero el técnico fue más allá y creó un discurso para restarle presión a sus jugadores y preparar a prensa e hinchada en caso de quedar por debajo de, por poner un número, los primeros tres puestos de la tabla. Declaró a los medios de comunicación que irían partido a partido descubriendo para qué estaba el Caracas, aunque puertas adentro el mensaje fue otro: él venía a ganar.

Con ese pensamiento arrancó el torneo frente a Trujillanos. Su primera alineación la conformarían Baroja como guardameta, Tucker y Sánchez como pareja de centrales, Vargas y Lobo en los laterales, Andreutti y Morales en el doble pivote y una línea de tres mediapuntas con L. González, Otero y Cure por detrás de Guarino. De ahí al final de la temporada, el once sufriría ligeros cambios: Quijada se adueñaría del lateral izquierdo y Armúa sería el titular en lugar de Cariaco, dentro de un régimen de rotaciones impuesto por Saragó.

En defensa, aquel equipo se sostendría en el poder de sus dos zagueros centrales, capaces de sacar todo por arriba. Dos portentos físicos que dominaban el área. Aunado al trabajo de Roberto y Andrés, Bladimir y Ricardo eran el perro guardián y el perro feroz de los que alguna vez habló César Luis Menotti. El primero estaría enfocado en estar bien ubicado para proteger la casa de Baroja y no permitir superioridades en la mitad de la cancha, mientras que el segundo se encargaría de morder, de encimar al jugador rival que tuviera la pelota. De esta forma, las tareas en el medio se repartían entre un pastor alemán de físico deslucido, pero de experiencia irrefutable, y un pitbull, con alma de labrador, dispuesto a correr por días, aunque necesitado de un compañero que le diera valor a sus arranques desbocados.

En ataque, la fuerza en el área de los defensores volvería a ser fundamental. Quijada fungiría como goleador de cabeza junto a Tucker, quien, además, se encargaría de cobrar los penales. La pelota parada, como fue costumbre a lo largo de su carrera, sería una de las cartas de presentación de Saragó al frente de su embrionario Caracas. De la bota de un maestro en el arte como Otero, los tiros libres seguirían produciendo goles y asistencias. El paquete ofensivo lo completaban el incisivo fútbol de Cure y el oportuno pie de Roberto Armúa. Luis ‘Cariaco’ González sería el sexto hombre del equipo para cuando hubiese que agitar y verticalizar el juego, ingreso que podía venir acompañado de un retroceso de Rómulo hacia el doble pivote.

La cohesión de estas cualidades fue suficiente para construir un Rojo súper competitivo. El equipo superó con holgura la barrera de los 30 puntos y consiguió la Copa Venezuela para romper con una sequía de títulos que ya iba camino a los cuatro años, un lapso preocupante para la institución más exitosa del balompié venezolano.

Pero Eduardo no estaba tranquilo. Sabía que a su Caracas le faltaba fútbol y, tras la salida de Armúa, decidió traerse a otro de los suyos. Un jugador que le daría “conducción al equipo”: Wuiswell Isea, el apodado por algunos ‘mejor pase-gol de Venezuela’.

La primera gran prueba para este Rojo 2014 sería el cruce a doble partido contra este Lanús, la llave previa a la Fase de Grupos de la Copa Libertadores. En el partido de ida, Saragó saldría con: Baroja; Carabalí, Tucker, Sánchez, Quijada; Pomponio, Andreutti; Otero, Isea, Rentería y, por delante, Farías. Aquel día, los mejores minutos rojos se debieron a la influencia de Wuiswell en el juego. La nueva incorporación capitalina logró asociarse con Otero y los pivotes para generar fútbol durante los primeros 20’ del compromiso. Pero tras ese buen arranque, el equipo se diluyó. El ex-Petare terminaba como volante por derecha en un repliegue de dos líneas de cuatro que dejaba a Rentería y Farías a 40 metros de sus compañeros. En ese contexto, Otero se convirtió en el mejor jugador del Caracas, en el que más peligro creaba. Ante la falta de apoyo de Isea y Quijada, apareció el Rómulo one-man show, ese que pide la pelota y corre hacia el arco. Perdió muchas pelotas, sí. Fue el que más peligro generó, también. No obstante, Saragó decidió sacarlo a la hora de partido argumentando que sus pérdidas estaban obligando al equipo a “correr mucho hacia atrás”. En el siguiente video se pueden observar todas las participaciones con balón que tuvo el ‘13’ aquel día:

En la rueda de prensa pospartido, además de comentar el cambio de Otero, Eduardo explicó nuevamente por qué había fichado a Isea: “La idea con Wuiswell es darle el manejo que este equipo no tiene. Nosotros carecemos de un conductor, de alguien que pueda distribuir pelotas de gol, carecemos de un jugador que le dé fútbol al equipo”. La declaración, más que justificar un refuerzo puntual, escondía las carencias que había tenido el Caracas durante el semestre anterior, lagunas sobre las que trabajaría para erradicar los problemas del modelo de juego.

En el Clausura 2014 veríamos al Rómulo más mediocampista. Otero comenzó a jugar más cerca de la base de la jugada y en ocasiones formó triángulos con Isea y un pivote. A sus 21 años, pasaba por una etapa de su carrera donde se definía como futbolista. Luego de ser criticado por perder muchos balones como puntero izquierdo vs. Lanús, empezó a transitar por zonas de la cancha donde una mala entrega representaba un riesgo aún mayor. Era lo que conllevaba tener más peso en la construcción del juego.

La intención era que, quitando a uno de los dos pivotes naturales del equipo (en este caso fue Andreutti, quien jugó muy poco en aquel semestre), el equipo ganase cierta fluidez con el balón, que pudiese generar volumen de juego, que fuese capaz de generar desde el ataque organizado y que no dependiese tanto de la pelota parada.

Lo cierto es que los ajustes en aquel Clausura no estuvieron acompañados de resultados. De hecho, los números fueron tan negativos que, por primera vez en 11 años, el Caracas se quedaría fuera de la Copa Libertadores. La primera temporada de Saragó estaría marcada por dos rachas rotas: el conjunto de la Cota 905 sumaría un título después de tres años y medio pero no clasificaría a la máxima competición continental, como era costumbre desde hacía más de una década.

Llegaba el mercado de fichajes de la 2014/2015 y con él la incorporación más importante del proceso: Miguel Ángel Mea Vitali.

Contratar a Miky fue contratar fútbol. La mera presencia del mediocampista mejoraría considerablemente el engranaje del equipo. El ‘5’ era el encargado de coordinar la salida del Caracas que, en varias oportunidades, terminaba siendo, al mismo tiempo, su ataque organizado. Es decir, la forma en la que se comenzaba el juego desde abajo era a su vez la manera en la que el conjunto de Saragó generaba ocasiones de gol, sin mayor estadía en la mitad de la cancha. El mecanismo era el siguiente: Mea Vitali cogía el balón entre los centrales y al levantar la cabeza veía hasta 7 compañeros suyos por delante. Todos menos los centrales. En esta situación, el mediocentro podía saltar líneas mediante tensos pases rasos u optar directamente por el balón largo hacia, la mayoría de las veces, el extremo derecho. En cualquier caso, dejaba a sus compañeros en situaciones favorables para que desplegaran su fútbol.

El inconveniente con esta disposición era que las pérdidas de balón se pagaban con ocasiones en contra porque el equipo se partía en un 3 (Miky y los centrales) + 7 (laterales, interiores y delanteros). Estudiantes y Metropolitanos notificaron el defecto antes de los partidos internacionales.

3+7

3+7 con Andreutti más retrasado porque el Caracas sufría en transición defensiva. Contra Metropolitanos en el Apertura 2014.

Frente a Inti Gas, Eduardo Saragó conseguiría la primera victoria internacional de su carrera. El 0-1 de la ida en Perú serviría para cerrar con comodidad la serie en casa. Tras el gol de Quijada, el Caracas le puso el candado a la eliminatoria con un sobrio partido en el que destacó el trivote Di Giorgi-Mea Vitali-Andreutti en el despliegue defensivo.

Contra Capiatá la historia sería diferente. El doble enfrentamiento desnudaría los problemas que venía arrastrando el Caracas a lo largo del proceso. En ambos compromisos, el conjunto de Saragó se pegó demasiado a Baroja (foto) para defender. Esta distribución en el terreno regalaba espacio para que el rival pudiese crear y rematar. De esta forma, el equipo quedaba muy lejos del arco contrario al recuperar el balón (foto) (video) y las contras no eran productivas porque Otero no tenía socios para progresar (foto). Aunado a esto, el conjunto de la Cota 905 volvió a evidenciar su falta de juego interior (video): los posibles receptores jugaban muy lejos del portador de balón, por lo que no había apoyos para ir ganando metros en la cancha.

En aquel semestre –el de la humillación frente Arroceros– destacarían dos delanteros que serían determinantes en los meses siguientes. Farías comenzó a explotar tras dos temporadas en el Rojo y Cádiz subió a la primera plantilla para ser un refuerzo inesperado y de lujo.

Ante la ausencia de Rómulo en gran parte del Clausura 2015, Edder (video) y Jhonder (video) le permitirían al Caracas ganar yardas en la cancha sin la necesidad de apelar a las conducciones endemoniadas que sólo podían ser protagonizadas por el talentoso Otero. Ambos atacantes representaban mucho más que goles: eran capaces de bajar cualquier balón para luego dejárselo al compañero que viniese de frente y, además, cuando el Caracas asentaba la posesión en campo contrario, se mostraban como opciones de pase claras para alargar el tiempo en el que el equipo tenía la pelota.

Aquella vía de progresión se complementaba con el ‘Método Bordagaray’, el cual consistía en atraer al adversario al lado izquierdo de la cancha y luego enviar la pelota hacia el costado de Fabián para que este atacara la defensa rival. El argentino no solía replegar y, cuando su equipo tenía el balón, esperaba siempre pegado a la banda el cambio de orientación:

Con estos pequeños ajustes, y llevando todavía a cuestas las debilidades del modelo, el Caracas pelearía el torneo hasta la última jornada. En aquel fatídico encuentro contra Táchira, Saragó estuvo a segundos de llevar al Rojo a pelear nuevamente por una Estrella, pero Wilker Ángel y el destino decidieron otra cosa.

El impacto psicológico de la estrepitosa caída, junto a las salidas de Baroja, Otero, Cádiz y Farías, harían del Adecuación un campeonato especial. Sería el torneo de los juveniles Córdova y Saggiomo, de la eclosión del fútbol de Garcés, de los goles de Maita y del inaudito récord de Wuilker Fariñez. A Eduardo le alcanzó para mantener los niveles mínimos de rendimiento exigidos en el Caracas y aprovechó la circunstancia para darles cancha a tres muchachos que -con matices, porque lo del joven portero es un hecho- parecen destinados a establecerse en la Primera División.

En resumen, la era Saragó fue una etapa de estabilidad deportiva e institucional. Con altos y bajos, el Caracas siempre estuvo allí, compitiendo, peleando la mayoría de los trofeos en disputa. En la memoria quedarán el significativo título de Copa Venezuela frente a Táchira, tras haber estado tres años y medio con las manos vacías, y la vergonzosa eliminación contra Arroceros, un año después en la misma competición. Esos dos eventos, junto al fatídico 93:10, representan los picos emocionales del proceso.

En el juego, Eduardo buscó durante toda su estadía en la Cota 905 dotar de fútbol a su equipo. En la primera temporada lo intentó con Wuiswell, en la segunda acertó con Miky y en el Adecuación siguió en la búsqueda con Evelio y Garcés. Más allá de la evidente pretensión, muchas tareas quedaron por hacer. Puntos en el checklist que, de seguir por el mismo camino, Antonio Franco deberá culminar.

 

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